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Nocturno


Este curso estoy aprendiendo muchas cosas. Durante estos días estoy conociendo el significado de la palabra nocturno, yo, ave diurna, que en condiciones normales empiezo a mendigar el sueño con patéticos bostezos alrededor de las 20’15 horas. Incluso antes.


Yo pensaba que por la noches sólo estudiaban los nietos de Drácula, pero resulta que no, también hay gente que le gusta aprender a oscuras y es, por esta razón, que al llegar a este instituto me han entregado (aparte las llaves) una linterna, un juego de velas (por si se va la luz) y una capa negra de cuello alto y afilado que debo llevar siempre levantado para que no se me enfríen las meninges.


Arrancamos a las 18’45 horas y paramos a las 23’00, con lo cual tengo una hora para llegar a mi casa antes de que salgan a la calle los parientes del transilvano y empiecen a redecorar el mundo a mordiscos.


Tengo que confesar que yo siempre he sido un poco fetichista, uno de esos tipos que sienten amor por los objetos inanimados. Por esta razón quiero denunciar que lo que le están haciendo a las mesas y sillas (y también a las pizarras) de este instituto no tiene nombre.


Porque yo siempre me había imaginado que, de noche, todos estos objetos aprovechaban sus ratos libres para rehacer sus vidas y convertir el instituto en un universo alternativo o, al menos, en un lugar menos rancio como, por ejemplo, una jaranera discoteca o un tropiburguer al uso. Pero no, todos estos escolares objetos han sido castigados al peor de los suplicios, que es continuar siendo lo que son eternamente. Día y noche.


Como les decía, el nocturno es otro mundo, nada que ver con la enseñanza a la luz del día. Avanza a otro ritmo: el que le imponen la noche y sus criaturas, un ritmo pautado por el frío de un invierno incipiente que ya se empieza a notar por las noches en La Laguna y que lo ralentiza todo.


Las criaturas de la noche que vienen a estudiar aquí también son muy particulares, por lo general gente adulta que se podría dividir en dos grupos: los que saben lo que hacen y los que no saben qué hacer. Yo diría que abundan estos últimos, aunque de los otros he conocido ya algunos ejemplares.


El primer día de clase, tres alumnas de 2º de bachillerato me han hecho una proposición indecente. Así, sin más, nada más entrar por la puerta, sin mediar ningún tipo de preliminares. Parece que querían llevarme de viaje a Grecia con todos los gastos pagados. Yo les he agradecido tan sugerente proposición, más propia de un harem de infarto, pero también les aseguré que soy un tipo en desuso, con responsabilidades, y no me puedo marchar sin más a la gran orgía griega.


A cambio les he ofrecido un viaje imaginario al pasado, que no ha convencido en absoluto a estas tres aprendices de ménades, y un curso de Griego Light (en el nocturno todas las asignaturas llevan la etiqueta light), a la carta y con atención personalizada, pues el grupo lo forman únicamente este trío de ninfas liantes que me quería llevar al huerto del teatro de Dionisio en Atenas.


Esto del nocturno es como una carrera de ultrafondo que conduce a los alumnos a la jubilación. El otro día me enteré de que en el nocturno se puede repetir todas las veces que quieras y que puedes ir sacando el curso a plazos.


Me explico: resulta que si tú apruebas una asignatura, aunque repitas curso, te conservan el aprobado y así sucesivamente hasta la jubilación. Por ejemplo, me he encontrado en el instituto con la madre de una antigua compañera de promoción a la que en varias décadas sólo le han aprobado tres o cuatro asignaturas de primero, pero que sigue luchando con encono para ver cumplidas sus ilusiones de bachilleranda.


Al margen de las anécdotas, tengo que decir que me resulta raro-raro dar clases en el nocturno, cuando afuera está todo oscuro porque la noche ya ha llegado a la ciudad y ha liquidado al día con sus balas de plata. No sabe uno si ya es demasiado tarde o, acaso, muy temprano todavía para enseñarle nada a nadie.


Incluso hay días que llego al aula y me la encuentro vacía. Yo doy la clase de todas formas porque tengo la impresión de que, si no lo hago, estoy engañando a la Consejería y no me van a pagar. Así que, en honor de mis tres musas de bachillerato, les doy una clase dionisíaca a las musarañas, a Fray Escoba y a la momia del ornitorrinco, de la cual hablaré otro día.

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